El accidente espacial del Apolo 13, a más de medio camino a la Luna, hubo que suspender el que hubiera supuesto el tercer alunizaje
La historia es conocida incluso por quienes, por razones de edad, no la vivieron. A medio camino del tercer viaje tripulado a la Luna, uno de los dos depósitos principales de oxígeno reventó, dañando al segundo y disipando todo su contenido en el espacio.
Fue un gran problema, ya que la nave no podría generar electricidad ni agua potable. La electricidad no era problema, pero el agua sí, ya que era vital para la refrigeración de los equipos electrónicos. En las primeras horas, nadie sabía lo que había ocurrido, era una situación inédita, y la prioridad salvar a la tripulación.
Durante los cuatro días que duró el viaje de regreso, los directores de vuelo, buscaron trayectorias y correcciones del rumbo a seguir. Con el consumo de energía a cero, el interior del módulo se había convertido en una nevera. Los tres astronautas, apelotonados en la estrecha cabina del “Aquarius”, que era la nave de alunizaje y estaba preparada para dos personas, hubo que sustituir y adaptar la nave para entrar de nuevo en la atmósfera terrestre, y ello usando materiales que tenían en la nave: mangueras, cartones, bolsas de plástico y cinta aislante.
Poco antes de su reentrada en la atmósfera, el Apolo 13 descartó su averiado módulo de servicio y el módulo lunar que había salvado la vida de la tripulación. Una operación que nunca se había intentado en aquellas circunstancias. Milagrosamente, la batería auxiliar estaba cargada a tope y el ordenador principal se puso en marcha, algo que no todo el mundo pensaba que fuera posible, después de cuatro días hibernado.
Oficialmente, la misión fue un fracaso. Pero muchos piensan que aquella demostración de competencia, de trabajo en equipo, conocimientos e ingenio para resolver situaciones nunca imaginadas constituyó la mejor hora en la historia de la NASA.